Un día, mientras hacía jardinería, vi de reojo una sombra azul que se movía al costado de mi ojo. Al acercarme, descubrí que era una mariposa. Pero no cualquiera: era la Zafiro del Talar, una de las mariposas más hermosas y difíciles de encontrar en un barrio como el mio en Buenos Aires.

La Zafiro del Talar necesita un ecosistema especial para sobrevivir: su oruga se alimenta del tala, un árbol nativo que no suele encontrarse en abundancia en esta zona urbana. Y, sin embargo, ahí estaba, posada entre las hojas.

La explicación es sencilla pero mágica a la vez. Hace un tiempo decidí comenzar a plantar especies nativas en mi jardín: un tala, y coronillo y otros árboles que pertenecen naturalmente a nuestra región. Al principio parecían “menos lindas” que las plantas ornamentales que solemos ver, pero con paciencia empezaron a traer vida. El jardín se llenó de mariposas de distintas especies, hasta que un día, entre todas, apareció la Zafiro.

Ese instante fue un regalo, pero también una lección: cuando plantamos nativas, no solo embellecemos un espacio, también estamos reconstruyendo el ecosistema y ofreciendo refugio a especies que de otro modo estarían en riesgo.

Imaginen si todos los jardines, patios, veredas y terrazas de la ciudad tuvieran al menos algunas plantas nativas. Podríamos entre todos crear pequeños corredores verdes para que mariposas como la Zafiro del Talar sigan existiendo en Buenos Aires.

La moraleja es que algo puede parecer por afuera poco atractivo y poco valioso (como el tala o el coronillo), pero guardar dentro un tesoro inmenso: atraer a los pájaros y mariposas mas hermosas de nuestra región. Esto nos invita a no juzgar por las apariencias, a mirar más allá de lo superficial y reconocer el valor que a veces está oculto a los ojos de quienes no saben ver.