La playa en invierno tiene un encanto silencioso, distinto. No hay sombrillas ni multitudes, pero sí hay otras cosas: colores más densos, el verde oscuro del musgo, las texturas viscosas de las algas que se arrastran hasta la orilla, el viento salado que sopla desde el mar abierto y trae consigo el sonido de las olas.
Crecer con la costa a menos de quince kilómetros de casa me permitió conocerla en todas sus estaciones, pero es en invierno cuando más me conmueve. Vuelvo a esos días de caracoles en los bolsillos, libros que terminaban llenos de arena, mates con cubanitos de dulce de leche, y las primeras ballenas que se asomaban a lo lejos.
Esta vez volví con mis hermanas. Les saco fotos desde que eran bebés (ya tienen 16), ya se volvió natural que las persiga con la cámara. Retratarlas en esta cápsula marinera fue una forma de capturar no solo lo que llevaban puesto, sino todo lo que sentimos en ese paisaje: libertad, conexión, memoria.
Quisimos mostrar que el sur también es mar. No solo montañas y lagos nevados. También sal, algas, barcos oxidados, espuma blanca y gaviotas en el cielo gris. La colección de Lulú inspirada en el sur argentino nos sirvió como excusa perfecta para redescubrir una parte de nuestra propia historia.
Espero que estas fotos les hagan sentir un poco de ese viento frío y ese sol bajo que también acaricia.